🤕💥 Aprendizajes de haberme estrellado profesionalmente en 3 ocasiones
Como productora audiovisual, además de hacer cortometrajes y desarrollar proyectos de ficción, en Talkoo Films realizo publicidad, corporativo, y branded content. A lo largo de mi trayectoria he trabajado con grandes marcas, proyectos pequeños, creadores de contenido, etc. Para conseguirlo, tuve que aprender a buscar clientes para la productora, aunque a veces hay que saber decir que no a ciertos proyectos, poner límites, o aprender de los errores. En este post os cuento 3 veces que me he estrellado a nivel profesional, incluyendo la vez que más fuerte me la pegué (la 3ª historia) y cuyos aprendizajes comparto para que no te pasen a ti.
Si me hacéis saber que estos post sobre la parte más de emprendimiento del audiovisual os gustan en los comentarios, publicaré otro sobre cómo captar clientes.
¡Vamos a ello!
#1 Un equipo sin educación 🤬
En cierto momento trabajamos con un artista musical que era, a su vez, productor de un videoclip que nos encargó. En el equipo de producción éramos 3 compañeros que desarrollábamos nuestro trabajo con el mismo compromiso y responsabilidades. A la hora de formar equipo, me opuse a que algunos de los técnicos con los que la directora de fotografía quería trabajar, participasen. Había tenido malas experiencias con ellos anteriormente porque me habían faltado al respeto. Sin embargo, eran amigos de mi compañero de producción, con los que solía trabajar habitualmente y, como no había sido testigo de estas experiencias, las descartaba sencillamente como el carácter de estas personas, y nada más allá. Después de mucho insistir, cedí.
Durante el rodaje hubo algunos roces entre el director y el equipo de fotografía. El director no era un realizador profesional, sino el artista designado por el cliente, es decir el propio cantante, para realizar este videoclip. Las respuestas que le daban los técnicos, aunque precisas, estaban cargadas de aires de superioridad (de forma similar a cómo me trataban a mí). A la hora de la recogida del rodaje -e incluso siendo su jefa-, un chico de este departamento me contestó de muy malas formas delante de todo el mundo. Me contestó de una forma tan borde y fea que el propio director salió en mi defensa llamándole la atención. Pero la gota que colmó el vaso no lo supimos hasta pasado un año del rodaje, cuando este artista decidió no contar con nosotros para realizar su siguiente videoclip. Como había confianza con el artista, le preguntamos que a qué se debía, dado que había quedado contento con el resultado del videoclip y había tenido muchas visitas en internet. Fue aquí cuando nos enteramos que entre los técnicos de fotografía se habían estado burlando de la forma de bailar del artista, comentario que fue escuchado por el director, quien terminado el rodaje se lo contó al artista y amigo. Como nosotros no nos enteramos en ese momento, no pudimos hacer nada. Fue sólo entonces, cuando perdimos este cliente, que mi compañero de producción entendió por qué yo no quería trabajar con técnicos. Y es que la profesionalidad no sólo se refleja en tu destreza técnica, sino también e indispensablemente en el trato humano y en el respeto mínimo hacia los demás compañeros.
Aprendizaje: no se puede considerar a alguien profesional si no tiene educación y trata con respeto a sus compañeros (debió saltarse preescolar).
#2 Falta de claridad en el presupuesto 🔢
En una experiencia con otro cliente, nos pidieron presupuesto para realizar un vídeo corporativo. Veníamos referenciados ya por personas de su confianza y conocíamos bien su sector. En cambio, el cliente no conocía la forma de trabajar con productoras audiovisuales. Como ya sabéis, un vídeo se puede hacer con 1000€, 10.000€ o 100.000€. Puedes rodar con un móvil o con una Alexa. Puedes tener actores famosos o utilizar muñecos. Pero el cliente no sabía muy bien lo que quería gastarse, ni lo que se podía hacer con qué presupuestos. Por ello, les propusimos realizar una llamada, para explicarles bien qué podíamos hacer con qué. Sin embargo, estaban muy ocupados y no fue posible. Con ello, mandé un presupuesto desglosado para una multiplicidad de opciones, desde 5.000€ hasta 30.000€. Pasada la semana y media, mandé un correo de follow up pero me dijeron que todavía no lo habían mirado porque tenían un viaje. Una semana después, me dijeron que era muy caro. Sin embargo, con el presupuesto que les había pasado, podían ver un amplio rango económico en función de cuán sofisticado querían que fuera el vídeo, o incluso nosotros les podríamos haber explicado cómo conseguir que fuera más barato para ellos entendiendo qué era importante y qué no, pero al no poder hablar directamente con ellos no pudo ser.
Creo que aquella vez el problema fue que el presupuesto tenía demasiadas opciones, y con el poco tiempo del que disponía el cliente, se dejó guiar por cifras a grosso modo sin entender qué abarcaba cada cosa. Si lo volviera a hacer, realizaría un presupuesto mucho más sencillo. Incluso si el cliente no sabe lo que quiere, no por dar más opciones van a aclararse las ideas, sino que, por lo menos en este caso, les complicaron más, cuando lo que querían era saber una cifra.
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#3 Delegar mal 💔
Esta es la ocasión en la que más me he estrellado. Perdí participar en una película como directora de producción porque un compañero de mi equipo no tenía el mismo compromiso que yo con ella.
Era una película independiente con un inversor privado, y mi equipo y yo nos encargaríamos de distintas labores de la producción. Aunque ya me había pasado esto varias veces con la misma persona, en este caso mi compañero conocía ya de antes al creador de la película y habían trabajado bien juntos. Pensé que aunque yo soliera rescatar los cabos sueltos de sus responsabilidades, y siendo un proyecto tan jugoso y al tener una relación previa con el cliente, su compromiso esta vez sí sería certero. En cierta forma, quise “darle cuerda” y ver cómo reaccionaba después de que yo no saliera a su rescate esta vez. Pero la cuestión es que el creador de la película tenía mucho más que perder que yo. El día de antes de empezar a trabajar oficialmente a arrancar la preproducción, llamé al creador para concretar la hora de llegada a la oficina. En esa misma llamada, me dijo que estaba fuera del proyecto. Mi compromiso sí estaba claro, y así lo hice saber, pero yo no podía poner excusas por mi equipo, al menos mientras estuviéramos actuando como equipo y no yo a título individual. Si somos un equipo, somos un equipo, y no se habla mal de los demás compañeros. De hecho, a título personal, mi compromiso estaba tan claro que incluso había rechazado otros proyectos que pagaban muy bien por participar en la película, para poder dedicarle el 100% de mi tiempo, y ya había empezado a realizar ciertas labores como las de casting. Y ahora, a una tarde de empezar el trabajo de la peli oficialmente y de supuestamente llegar a firmar el contrato, me quedaba sin trabajo, sin alternativas de proyectos, y tras una pandemia donde no había tenido ni ingresos económicos ni el paro.
Esta vez me la pegué muy fuerte. Me atrevería a decir que a nivel profesional, es la vez que más fuerte me la he pegado.
Saqué dos aprendizajes de esto. Primero, que hasta que no tengas un contrato firmado, no tienes el proyecto. Segundo, que no podía seguir trabajando con esta persona. Eso me llevó a reaccionar y, echando la vista atrás, desde que trabajamos juntos había suplido sus responsabilidades siempre que él no lo había hecho, y aunque tenía un vínculo muy fuerte tanto en la amistad como en lo profesional, si un tío al que apenas conocemos no consiente ni aguanta este comportamiento suyo un mes, ¿por qué lo iba a hacer yo más si llevábamos así año y medio? Fue un aprendizaje enorme del que ahora me pregunto qué hubiera pasado de no haber sucedido. ¿Hasta cuándo hubiera estado soportando a esta otra persona? No creo en el destino, pero es lo único útil que pude sacar de todo esto (aunque tampoco es poco) pese a la gran oportunidad que perdí.
Aún me queda algún aprendizaje más de otra experiencia, de un cliente que no tenía intención de pagarme y demás… que no escribo para que no se quede tan largo el post. Si queréis que lo cuente y saber qué hice, escribidlo en los comentarios.
“Yo, adicto” es una serie autobiográfica de Javier Giner en cocreación con Aitor Gabilondo. Cargada de visceralidad, autenticidad y realismo, le acompañamos a lo largo de 6 episodios en su proceso de mejora personal y recuperación, al decidir ingresar en un centro de rehabilitación de drogodependencia.